Para un hijo y nieto de españoles, la puerta de salida daba a España. Desde Palma de Mallorca, Alberto apunta su experiencia y sus pensamientos sobre ambas orillas.

“Recuerdo que de la Rúa ya había salido en helicóptero de Casa de Gobierno y yo todavía no había podido reunir el dinero suficiente para comprar el pasaje de avión. Luego los presidentes se sucedían entre las marchas de protesta, cacerolazos y cortes de ruta… recuerdo lo complicado que fue acceder a Ezeiza”, evoca Alberto Gomez (39 años). El país ardía, y un pasaje con destino a cualquier cosa parecía (y para mí era) la única salida. Pero no fue de bronca: ya años antes venía tramitando el pasaporte español con esa intención. El viaje coincidió simplemente con ese escenario, el de un país que se desfondaba y en el que dejaba atrás todo lo que un emigrante fatalmente deja”.

La España floreciente del 2002

“Un paso fugaz por Madrid y un viaje en tren a la provincia de Cáceres, de donde son mis padres y abuelos… Tuve la inmensa suerte de ser recibido con un cariño y una generosidad como para la gratitud infinita. Pero las oportunidades allí eran más bien escasas y me fui a Mallorca en busca de trabajo que -para mi bien- encontré a los pocos días. Por aquel tiempo la situación económica era floreciente, sobre todo si la comparamos con la actual.

Decir que llegué con la documentación en regla y que fui bien recibido es muy significativo, pues me ahorró una larga lista de penalidades por las que vi  pasar a  tantos otros sin esa suerte.

Al poco tiempo recalé en Valencia y Alicante. Un paso por Barcelona y algunas aventuras por Alemania (Stuttgart y Colonia). Pero las cosas no se dieron bien y regresé a Mallorca, donde me era menos difícil volver a colocarme en un empleo. Aquí pasé la mayor parte del tiempo, pero aclaro que he estado volviendo al país por breves estadías constantemente.

He escuchado por ahí la definición de ‘exiliado económico’. Parece rebuscado el eufemismo, pero su significado es el adecuado en mi caso y no me molesta para nada”.

Santa Fe, querida y detestable

“Lo que quedaba atrás era la ciudad de Santa Fe, donde nací y viví sin solución de continuidad. Mi mundo era su entorno y a lo sumo el de la región litoral, no más.

Santa Fe: detestable y querida. Veranos de un calor horroroso. Humedad. Yuyos que crecen cinematográficamente. Mosquitos imposibles. La cordialidad. Colón. La infancia entre vecinos que tomaban fresco en las veredas y se espantaban los mosquitos con ramitas de paraíso. Tormentas eléctricas. Campitos. El olor del jazmín. La flor del zapallo en un baldío. Si llueve, torta frita. Las calles del centro y los barrios de calles de tierra. El tiempo retenido en costumbres para la amistad, hechas de indolencia y mansedumbre. También la frustración. La impotencia. La  injusticia. Y un largo adiós a todo eso”.

Del empuje a la crisis

“Recuerdo el asombro de los primeros días. La necesidad de coraje para enfrentarse a las cosas. Los trabajos: camarero, jardinero, tendero, peón, parado, vendedor  y seguramente alguna cosa más. Los envíos a la familia. La belleza del paisaje. La seguridad. La sensación de que las cosas funcionan y de que existe una cierta normalidad a la que es bueno acostumbrase. La sensación de que se puede, de que se sale adelante. Pero eso fue hace cierto tiempo… Hoy en día es diferente: España atraviesa una grave crisis económica sin que se vea una salida a mediano plazo y eso se nota. Se nota en una desocupación de alrededor de un 20% y en un grave endeudamiento del Estado. No menos grave es el endeudamiento de la gente y el avivamiento de conflictos regionales que por suerte nuestro país no padece”.

Los más y los menos


“Aparte de la oportunidad de trabajar creo que hay también otras cosas que le debo a España, y particularmente a Mallorca, y es la oportunidad de discriminar  no sólo lo bueno y lo malo del país, sino también, por comparación, hacer lo propio respecto a Argentina como organización política y como sociedad. Comparar podrá ser odioso, pero es inevitable.

Admiro la urbanidad de los españoles, cierto civismo que respeta el espacio público tanto como el privado. El gusto por la buena mesa. El éxito económico. La seguridad social. El seguro de desempleo. Una marcada predisposición a la honradez en las transacciones. La confianza en la palabra. Pero cuidado, es España un país rico en tradiciones y pueblos, políticamente complejo, acendrado en costumbres seculares y estas tendencias (que siempre presentarán sus excepciones) pueden variar según la región de la que hablemos.

Otras cosas no admiro. El sistema educativo, por ejemplo. La brusquedad (ahora estoy hablando de Mallorca). El malhumor porque sí, por deporte. La infantil pretensión de hacerse satisfacer cualquier demanda de forma inmediata, perfecta. La incapacidad política, de la mano del sectarismo que caracteriza a la izquierda y los nacionalismos. El complejo ideológico respecto a la idea de nación, más o menos presente en toda España, de la mano de la identificación primaria con lo comarcal, que llega al absurdo. El desinterés por la cultura. La constatación de que para un mallorquín (¿debería decir para un español?) ser un consumidor exigente, incluso petulante, es más importante que ser ciudadano”.

Mirar hacia afuera y hacia adentro

“Que nadie piense que al emigrar a tierras de sus abuelos europeos necesariamente hallará la imagen de ese país que fue forjando el trato familiar con los suyos. Hallará otra cosa, aun tratándose de España o Italia, como una dureza en las relaciones a la que  puede uno no acostumbrarse pero tampoco cambiar. Y es que la Argentina no es un artefacto troquelado con retazos de la parte mediterránea y central de Europa: es un producto nuevo, por cierto original y vivo, aunque nos divierta y hasta parezca fácil rastrear el origen de personas y costumbres, de jergas y comidas. A 200 años del nacimiento de la patria, parece una verdad de perogrullo, pero es aquí, en la piel del que se fue donde se experimenta.

Recuerdo haber escuchado hasta el cansancio la idea de que los argentinos padecíamos del defecto de vivir mirando hacia afuera, hacia Europa precisamente; de preocuparnos en demasía por la opinión y la estima de los demás. Nunca me pareció extraño en un país de inmigrantes ni mucho menos un defecto. Desde mi experiencia en Mallorca, hoy considero que es más bien una virtud: mirar hacia afuera no deja de enriquecer, además de que siempre se mira con los ojos propios. Más pobre me parece lo contrario: vivir mirándose el ombligo”.

El ser nacional

“A ningún lugar del mundo le faltará nunca nada de lo humano. Creo sí que hay características, tendencias, una actitud quizá hacia las cosas que se presentan notables en algún lugar. Si hablamos de la Argentina, cómo no pensar en la afabilidad natural de la gente, en la frescura, en esa capacidad para la ironía y el juego verbal, en la creatividad. Cómo no pensar en los que entregan parte de su vida a una pasión no remunerada o por solidaridad simplemente. En los que siempre lucharon y en los que siempre fueron estafados y en los que no dejan de luchar sin perder la inocencia. Cómo no pensar también en el orgullo de los argentinos, que nadie entiende, porque en sus términos aceptables no es otra cosa que una manifestación del amor.

¿Será necesario hablar de nuestra incapacidad para la organización política, para la administración? La viveza criolla. La ignominia de la miseria injustificable. La impunidad. La injusticia de la Justicia. Para qué nos vamos a amargar. Mencionarlo basta”.

Transacción personal

“Actualmente pienso en volver, pero jamás le diría a nadie que emigre o se quede, que vuelva o no vuelva nunca. Emigrar es una transacción muy personal, solamente uno sabe de sus necesidades y de los términos profundos de esa transacción”.

La España de la deportación

“No puedo dejar de decir algo sobre un hecho que me produce cierta melancolía, y es el destino de los ya miles y miles de argentinos deportados de España. Rechazados sin bajar del avión; deportado incluso alguno que venía por un funeral, a pesar de la disposición a depositar los tres mil euros exigidos por las autoridades. Yo no voy a lloriquear con aquello de las ayudas de Perón en épocas de hambrunas, aquello de los barcos cargados de trigo y carne que por cierto entiendo que fueron pagados, no regalados.

Pero el hecho de que la presencia actual de españoles en el país pueda fácilmente cuadruplicar a la de argentinos en España, el hecho constatable de no ya la aceptación de los españoles sino también del cariño con el que sólo un argentino puede hablar del ‘gallego de acá a la vuelta’, no deja de producirme una honda desazón. Podrá objetarse que se aplican normas de la Unión Europea, que es como decir eso de ‘no fui yo, fue mi mano’.

Pero veamos. En España ya hay varios millones de inmigrantes sin documentación a pesar de las regularizaciones generales que ha habido, y mientras se impide en nombre de las normas europeas el acceso al país de miles de argentinos, por otro lado España es un colador para la inmigración del norte y centro de África. Aquí esas deportaciones son mínimas y hasta las mismas autoridades ‘liberan’ constantemente  por las calles de Madrid, Valencia, y otras ciudades a miles de personas que no conocen el idioma, pertenecen a una cultura muy diferente y practican religiones que en algunos aspectos ofenden  la legislación española. Pero además no les dan la documentación para trabajar ni entran en ningún programa de integración, lo cual demostraría una verdadera compasión por estas personas, sin duda merecida.

Brillante política inmigratoria que supongo tiende a fomentar el próspero mercado de la venta ambulante y la mendicidad. Quizás la intención es el enriquecimiento cultural, pues buena parte de este contingente tiene costumbres y profesa creencias tan simpáticas como el islamismo radical, la desconsideración absoluta de la mujer, o la ablación del clítoris. Bien. Sigan deportando argentinos nomás. Aunque no sea consuelo para quienes sufrieron esa desgracia, pensar en los posibles efectos (que no deseo) de tan inteligentísima política inmigratoria hace que venga a mi memoria aquel personaje que solía decir: ‘La venganza será terrible’.”

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Fernando
Fernando

Mi nombre es Fernando y soy de Buenos Aires, actualmente resido en Fuengirola (Málaga). Me dedico al diseño y desarrollo web, aunque mi vida ha tenido varios vaivenes. Soy veterinario recibido en la UBA, y me he dedicado gran parte de mi vida a la venta de pinturas industriales.

Desde 2014 ayudo a los argeninos que quieren vivir en el exterior a través de la página de facebook ARGENTINOS POR EMIGRAR.  Pero a partir del 2018, me dedico a ayudarlos desde este blog. Con el blog, intento contar mis experiencias y a alentarlos a que lo que un cambio de vida que supone: libertad. Por eso me encanta facilitar este camino a otros.

Si quieres conocer toda mi historia, será un placer contártela más al detalle.

Por |2019-05-30T07:47:15+00:0030.5.2019|Categorías: Ya establecidos|Etiquetas: , |