Esta es mi historia, la historia de una emigrante argentina viviendo en Porto de Galinhas y el comienzo de mi vida en el mundo.
Siempre fui muy curiosa. Como buena virginiana, quiero siempre saber todo y voy literalmente por el mundo buscando los por qué! Una de mis dudas existenciales era el vivir afuera de mi país, conocer otras culturas, y entender lo que motiva a la gente a pagar algo que siempre creí un precio muy alto por salir de la supuesta zona de confort.
En el año 2000, cuando terminaba el colegio secundario, muchos de mis compañeros se irían a vivir a Europa al año siguiente, principalmente a España. Pensaba mucho en ellos, y en sus familias. ¿Cómo habrían hecho sus padres? Dejar todo, desmontar una casa, renunciar al trabajo, amigos, familia, cambiar escuelas, vecinos, amigos, y todo para empezar una nueva vida. ¿Cómo re-setearse? Pensaba en las pelis esas futuristas en las que te desprograman y reprograman, y tu vida vuelve a empezar como si nada (sólo en las pelis!). ¿Cómo dejar todo atrás sin un costo emocional (y ni hablar del económico!!)? Me parecía durísimo!
Pero en ese momento cualquier motivación era válida para escaparse de algo que todavía no había pasado, pero que se sentía en el aire, como una bola que no paraba de agrandarse. Era como una especie de epidemia: la fiebre de la huída. Recuerdo las filas en los consulados para obtener citas para ciudadanías, que nunca llegaban, o que llegaban y al momento pedían un sello más. O de artilugios “a la argentina” para obtener algún documento (pasaporte, visa de trabajo, de estudio, carta de invitación o lo que sea que la creatividad permitiera) que abriera puertas al mundo.
Sinceramente, no entendía nada. A veces pienso, qué hubiera pasado si en ese momento hubieran existido los grupos de Facebook como ahora, o los blogs sobre emigrar, o sobre viajes. Tal vez hubiera sido más fácil para muchos o, al menos, más realista, pues mucha de esa gente infelizmente tuvo que volver. También, a muchos les fue muy bien y fueron una motivación más para dar el salto.
Yo soñaba, mientras empezaba mi carrera universitaria, buscaba mi primer trabajo, seguía a la manada, pero no olvidaba, y me preparaba, porque sabía que algún día llegaría para mí, en el exacto momento en que tenía que suceder, ni antes, ni después.
Dos años más tarde, fui a visitar a una de mis amigas emigradas a Madrid.
Manos a la obra
Volví con la decisión de partir, y me vi en esa situación que describí al comienzo, de “hago lo que sea para irme”, pero poco después me recordé que mi vida era planificada.
Así que, al día siguiente de volver de viaje, fuimos con mi padre al consulado italiano a pedir cita para la ciudadanía, que no tenía ni idea de cómo haría, pero sabía que tendría tiempo suficiente para pensarlo. Pues sí, tiempo de sobra tuve: 7 años!!
En ese momento estaban en auge las gestorías, que te conseguían las partidas. Hoy día seguro buscaría referencias en algún grupo de Facebook (los hay para lo que sea, insisto, y créanme que soy fan), o incluso mucha gente se va al país de origen a tramitarla, pero en esa época ya ni recuerdo dónde, encontré buenos comentarios de un estudio que se llamaba “Ciudadaniaseuropeas.com” y empecé todo con ellos.
Me acuerdo que pagué $1.000 (mil Pesos argentinos), que tal vez con un dólar en ese momento (año 2004) a $3,00, eran como 300 Dólares (hoy 2019 mejor no hacer la cuenta!). Me armaron una carpeta con todas las partidas familiares.
Fuimos con mi padre al consulado en la fecha prevista (luego de los siete años!), pero después también varias veces más, porque siempre faltaba algo. Hasta que nos llegó la bendita carta de ciudadanía.
Nueve años pasaron de aquel primer día! Y llegó! Justo ese año, 2011, estaba terminando de estudiar (después de un par de cambios de carrera), y planeando algunos viajes de exploración. Durante esos nueve años me resultaba imposible planear una vida en Europa, porque sentía que nunca iba a llegar. Por eso me entretenía con viajes cortos, y tratando de ahorrar para algo que no sabía qué era, ni cuándo llegaría.
Cambio de rumbo
Un día, en un viaje a Río de Janeiro conocí a un chico de Buenos Aires, que tenía un hostel en un pequeño pueblo del nordeste de Brasil llamado Porto de Galinhas.
Pues bien, entré en contacto con esta persona, y en sólo dos meses, pasé de soñar con emigrar a Europa, a irme a vivir a ese punto del mapa que nunca en mi vida había escuchado ….con mi pasaporte europeo en la maleta! ¿Qué paradoja, no? Igual nada mal, pero, ¿recuerdan al principio, cuando les decía que todo llega en el momento en que debe llegar? Les aseguro que así es. Y cuando en otras oportunidades les cuente más de mi historia de emigrada al mundo, lo van a entender. No hay absolutamente nada que se pueda hacer para evitar lo inevitable. Porque aunque tengamos planeado todo, siempre será lo que tenga que ser.
Mis primeras experiencias
Preparé todos mis papeles para hacer la residencia temporaria Mercosur de dos años, dejé mi casa, me pedí una licencia en el trabajo, me tatué un trébol de la buena suerte, y dije “Adiós Amigos”!!
La llegada a Brasil fue terrorífica. Empezando porque apenas puse un pié en el aeropuerto de Recife, intenté sacar trescientos Reales en el cajero, y no sólo no pude, sino que el bendito aparato procesó la operación, con comisión y todo! Y ahí estaba en mi cuenta lanzada, y yo sóla con un par de dólares en la mano! Los cambié, respiré profundo, hice de cuenta que nada había sucedido, y fui en busca del bus a Porto, con mapa e indicaciones en mano.
Por suerte me esperaban en la parada al llegar. Qué alivio! Porque en ese momento no tenía Smartphone, así que ni hablar de avisar por Whatsapp que estoy llegando, ni de ver en Google Maps la ruta. Qué fácil es viajar ahora, con las herramientas tecnológicas en la palma de la mano, literalmente. Y ni hablar del idioma. Había estudiado portugués un año, y cuando llegué no entendía absolutamente nada.
En poco tiempo, después de trabajar un mes en recepción, colgando el teléfono a casi todas las llamadas (creo que mi ex jefe se está enterando ahora!), porque no entendía lo que me decían, descubrí que el acento en Pernambuco es casi otro portugués. Pero sobreviví. Más que nada, porque sobreviví a mi primer día viviendo en Brasil.
Me fui a dormir una siesta, un poco aturdida por mi bienvenida brasilera, y con emociones encontradas del tipo “qué hago acá” (pregunta que me seguí haciendo por casi dos meses, en mis atardeceres de playa, mientras insistía en mi intento fallido de comunicación con los locales). Por suerte, el lugar ayudaba, porque es un verdadero paraíso.
Esa misma noche, luego de la siesta, y una ducha reparadora, mis compañeros de trabajo argentinos intentaron romper el hielo invitándome a cenar ñoquis caseros a su casa, en Maracaípe. Estaba cansada pero dije que sí por ser amable y valorar el gesto. Si hubiese sabido que para eso, iría en una bici sin frenos (luego descubrí que era común en el lugar), 2 km por una ruta completamente oscura (que hace dos años está iluminada), en la cual había caballos sueltos, y que llegaríamos a una casa en lo que era prácticamente una favela, claramente mi respuesta hubiese sido otra.
El tema es que no tenía cómo saberlo. Pensaba en que lo peor sería volver, porque en ese momento no había UBER! Por todo esto es que siempre que hablo con la gente insisto en lo fácil que es viajar actualmente, a diferencia de unos años atrás. Mi memoria, por suerte, eliminó la información de la vuelta. Los días siguientes fueron pasando, raros. Pero el ser humano es un bicho de costumbres, y creo que de alguna forma me adapté, convenciéndome de que vivir en el paraíso tenía que tener un precio, alto.
Idas y vueltas
Me quedé. Siete meses, hasta que volví a Buenos Aires. Esa vuelta me hizo dar cuenta de todo. De que lo que había dejado iba a seguir ahí siempre (chau miedos!), y que lo que me esperaba tenía que ser aún mejor. Después de todo, si superé el comienzo, qué podía ser peor?
Les cuento que en esa vuelta a Brasil, siguió girando una rueda imparable, y que al día de hoy, después de seis años de haber emigrado, y de haber vivido 4 años en Brasil, 2 en España, de haber conocido México, gran parte de Brasil, Colombia, España, Tailandia, y Emiratos Árabes, no deja de sorprenderme.
Aprendizaje
Nunca me hubiese imaginado que aquel día en Río de Janeiro sería el principio de una vida en el mundo. Una vida de pocas cosas materiales, pero de muchas experiencias, personas, sensaciones, emociones, recuerdos imborrables, y aprendizajes que me han hecho una persona completamente diferente a la que era el 15 de abril de 2013, cuando me subí al avión que me llevó a Porto de Galinhas, mi primer hogar muy distante (no sólo en el mapa) de la comodidad de casa, donde siempre volveré, aunque de mil vueltas por el globo.
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Mi nombre es Romina, y soy de Buenos Aires. Desde 2013 vivo en un pueblito del Nordeste Brasileño llamado Porto de Galinhas. Siempre me gustó estudiar idiomas, y creo que haberme formado como Licenciada en Administración en la U.B.A., me ayudó a abrir más la cabeza y a sentirme segura de que podía ser libre y andar mi propio camino.
Desde entonces, no paro de viajar buscando nuevas experiencias y mi lugar definitivo en el mundo. He vivido también dos años en España (país que amo y al que siempre vuelvo), y he estado en Estados Unidos, México, Colombia, Brasil, Cabo Verde, Emiratos Árabes, y Tailandia. Ayudo a quienes viajan a Porto de Galinhas desde el grupo de Facebook “Argentinos en Porto de Galinhas”, y desde que emigré, todos mis trabajos tuvieron relación con el apoyo al sector turístico.
Será un placer contarte más de mis experiencias como emigrada en este blog.

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