Tatiana K.,  nos cuenta los detalles de su experiencia de emigrar sola a Nueva York y la importancia de vivir en el presente. «Mis primeros 31 años me llamaron Tatiana o Tati pero desde hace 3, tiempo que llevo viviendo en Estados Unidos, me dicen Chachiana o Chachi, porque la T se dice como Ch.

Aunque tengas mentalmente todo planeado, hay (muchas) cosas que vas a cambiar y descubrir sobre la marcha. Entre muchas cosas que no contemplé, estaba mi nombre “americanizado” o festejar mi cumpleaños en pleno verano, aunque soy de julio y siempre me regalaron pulóveres y mangas largas.

Emigrar es darle un giro de 180 grados a tu vida

Emigrar no estaba en mis planes, o por lo menso no como algo concreto y urgente. Siempre me tentó la idea de tener una experiencia en el extranjero pero nunca me decidía a concretarla, así que el destino decidió por mí y casi de una patada llegué a Nueva York. Fue en enero del 2016, hace poco más de 3 años, y si bien me preparé mentalmente un año y medio para este cambio de vida, les aseguro que por más planes que hagan…la vida los va a desacomodar.

Emigrar es adaptarte a una nueva sociedad y cultura, nueva idiosincrasia, es cambiar un montón de costumbres, modificar un par, abandonar algunas y adquirir otras: como por ejemplo cenar en el horario en que antes merendabas, respetar la puntualidad a rajatabla u organizar eventos para que estén en tu calendario con mucha anticipación. Por lo menos así es en Estados Unidos.

Me vine sola pero con una cabeza llena de ilusiones y dos valijas llenas de ropa para enfrentar las 4 estaciones del año. Llegué con la idea muy clara de que los ahorros no se iban a gastar en pavadas, o por lo menos no hasta tener trabajo. Tuve la suerte de venir con papeles y saber que mi estadía iba a ser legal, pero sin trabajo ni ingresos, los primeros gastos fueron muy pensados.

Hacer las valijas y “cerrar” lo que hasta ese momento fue mi vida, no fue fácil: me llevó un mes vaciar mi habitación y decidir qué se quedaba, qué se regalaba y qué se venía conmigo. Filtré muchas veces el placard, los cajones y los recuerdos. También las valijas hasta lograr meter en dos de 23kg lo que realmente me iba a llevar. Por suerte conté con la ayuda de mi amada abuela que vino varias veces a darme una mano y, aunque estaba desarmada por dentro (no era la única), siempre me ayudó con una sonrisa.

Las despedidas siempre son dolorosas, y Ezeiza me daba miedo

Tenía mucho miedo a la despedida en Ezeiza, dejar familia y amigos, dar los últimos besos y abrazos hasta no saber cuándo.

Pero parte de mi quería sentarse de una buena vez en ese avión y empezar la aventura. Fue mucho tiempo de preparación mental para semejante decisión. Hubo gente que la entendió y apoyó, otros que no estaban convencidos por el destino elegido, pero al fin y al cabo, es una decisión muy personal.

Por lo cual aconsejo tener bien lejos a la gente mala onda. Me fui de Argentina sabiendo que siempre se puede volver, pero que el que no arriesga… no gana.

Ni bien aterricé en Miami, me mandaron al famoso “cuartito”, pero como sabía que eso iba a pasar, no me tomó por sorpresa y estuve bastante tranquila.

En el avión me tocó al lado de una quinceañera que se iba a Disney a celebrar su cumpleaños con un contingente de chicas. Era su primera vez viajando en avión y literalmente durmió todo el viaje. Yo hice todo lo contrario y me miré unas cuantas pelis.

Era mi primer vuelo largo sola, así que prácticamente las dos estábamos en la misma. Recuerdo tener una mezcla de sensaciones, pero por sobre todo, de ansiedad: ansiedad por empezar a vivir lo que hasta ese momento había sido pura teoría y planificación mental.

Me quedé en la casa de unos primos que me recibieron con la mejor onda, me llenaron de consejos y me ayudaron con cuestiones bancarias y de papeles varios. Hice “base” ahí desde donde empecé a mandar CVs y buscar trabajo – soy arquitecta. Pero a las dos semanas me vine a Nueva York porque conseguí trabajo acá.

Así que apenas 16 días después de haberme ido de Capital Federal, llegué a la Gran Manzana. Era la primera vez que realmente estaba sola en esta aventura y -tal vez- en mi vida. Estaba muy lejos de mi zona de confort y de todo lo que me había dado seguridad hasta ese momento. Estaba sola físicamente, pero tenía a miles de amigos y familia haciéndome el aguante a través de las redes sociales y WhatsApp.

Pero por sobre todo, me tenía a mí misma y, aún sin saberlo, tenía una nueva versión de mí –completamente desconocida-que estaba por empezar a forjar y descubrir. Porque al fin y al cabo no era más que una hormiguita en una ciudad llena de dinosaurios, pero súper lista para enfrentar lo desconocido.

Me fui de Argentina sabiendo que podía volver


Los primeros días en Nueva York fueron muy duros ya que hacía muchísimo frio, estaba sola, no conocía a nadie y no tenía dónde vivir, así que temporalmente me quedé en una residencia cristiana.

Llegué pensando que sabía inglés, pero no. Como siempre en la vida, se aprende de la experiencia, de la vivencia diaria, de la calle. Y en Nueva York, donde todo es rápido y el tiempo nunca alcanza, también lo son la forma de caminar, trabajar, hablar y modular. Por suerte se habla mucho español, así que me las fui rebuscando. La clave fue afilar los ojos y oídos: observar los comportamientos de la gente y prestar mucha atención a la forma de hablar, tratar de repetir palabras claves y memorizarlas.

A las dos semanas de llegar a la Gran Manzana, me quedé sin trabajo. Pensé en volver a Miami, pero decidí quedarme y darle otra chance a la ciudad. A las dos semanas de estar sin trabajo, conseguí otro. Y a los dos meses y medio de estar en el nuevo, decidí cambiar a uno mejor y es el mismo que tengo desde ese entonces.

Entendí que el tiempo todo lo acomoda, pero mientras tanto, lo desacomoda también. Si hay algo que aprendí, es que hay que ser pacientes y agradecidos. Como siempre digo: “Todo pasa por algo y para algo”. A veces en el momento no entendemos por qué, pero al final siempre hay un aprendizaje y una recompensa.

Otra cosa que aprendí y que es fundamental, es que hay aceptar toda la ayuda que se nos ofrezca, venga de quien venga. Y agradecerla. Recibir ayuda inesperada de desconocidos es una de las cosas más lindas que recuerdo. La única condición es devolver la ayuda cuando se pueda a quien lo necesite. Ayudar sin pensar y nunca romper la cadena de favores. Todos llegamos siendo hormiguitas, pero el tiempo y la vida nos transforman en dinosaurios gigantes todopoderosos, listos para todo!

Emigrar me hizo valorar el presente y lo que tengo, pero por sobre todo, nunca olvidarme de dónde vengo.

Si te interesa contarnos tu historia, podés contactarte con nosotros, no dudes que seguramente otros argentinos les interesen leerla.

Ruth Percowicz
Ruth Percowicz

Mi nombre es Ruth y soy de Buenos Aires.  Trabajé como periodista en revistas y radios.  Siempre me gustó explorar, viajar, conocer lugares nuevos,  investigar. Luego de recorrer varios países y vivir un año en Estados Unidos, elegí instalarme en Fuengirola (Málaga).

Desde hace muchos años me dedico a la enseñanza y consultoría psicológica junguiana, actividad que ahora continúo haciendo tratando de contener a aquellos que desean emigrar o que hayan tenido experiencias fallidas en su proceso. Mi participación en este blog, además de generar contenido noticioso, intenta expresar mis vivencias que podrían ayudar o aliviar situaciones que se presentan antes, durante y después del proceso migratorio. Y todavía hay tanto por contar!

Podés concocer más de mi en mi blog personal.

Quieres conocer más historias de argentinos en el exterior?

Suscríbete a nuestra newsletter

  • Este campo es un campo de validación y debe quedar sin cambios.

Por |2019-04-13T14:41:44+00:0014.3.2019|Categorías: Pasamos el año|Etiquetas: , |